GREGORIO MARTINEZ SIERRA gelito! ¡Ja, Rosa.) ja, ja! (Dentro se oye cantar a ROSA. Anoche fui a Capuchinos, a rezarle al Cristo un credo. Por decir; ¡Creo en Dios Padre! dije: ¡Creo en el que quiero! MARI. ¡Rosa! ROSA. ¡Señora! MARI. ¿Qué haces? ROSA. Coser y cantar. MARI. ¡Ay, Señor, qué pena! PEPA. Pero, señora, ¿por qué suspira usted? ¿Se le ha muerto a usted alguien de la familia? ROSA. ¡Alegría por todo el cuerpo! ¡Para lo que va una a vivir en el mundo! MARI. ¡Tú estás loca!... Y ya te he dicho setenta veces que no me gusta verte tan despechugada. ¡Súbete ese cuello y bájate esas mangas! PEPA. ¡Ay, señora, si hace un calor! MARI. ¡Que te subas el cuello, te digo! Y si no te conviene, te marchas. ¡Habráse visto! Esta es una casa decente, seria. PEPA. Ya, ya... MARI. ¿Qué estás diciendo ahí? PEPA. Yo no digo nada. MARI. Lo diré yo. PEPA. Lo dice quien lo dice... y motivos tendrán para decirlo... digo yo... MARI. ¡Ay, Señor! ¡Este niño me va a quitar la vida! ROSA. (Dentro.) Cuando yo esté en la agonía siéntate a mi cabecera, fija tu vista en la mía, ¡y puede que no me muera! MARI. ¡Rosa! ROSA. ¡Señora! MARI. ¡No cantes, hija, que me pones nerviosa!