La biblioteca monástica


 

Historia

Algunas de las órdenes monásticas surgidas durante la Edad Media, como la de San Benito o San Agustín establecieron dentro de sus llamadas Reglas, una serie de normas para la organización y uso de las bibliotecas establecidas en sus monasterios. La razón no era sino la importancia que para los padres fundadores de estas órdenes tenían los libros en el desarrollo espiritual y comunitario de los monjes que los necesitaban para rezar, meditar o predicar.

 

En el caso de la biblioteca del Monasterio de San Millán de la Cogolla, el origen hay que buscarlo en el scriptorium del monasterio de Suso, lugar en el que se consiguió reunir una importante colección de códices de los s. VIII al XI y que se acrecentaría, ya en Yuso hasta el s. XVI. Entre estos códices cabe destacar el Códice Emilianense de los Concilios (992); la Biblia de Quiso (664), o una copia del Apocalipsis, de Beato de Liébana con la letra del siglo VIII. Todo ello le hace ser uno de los principales escritorios, si no el más notable, de la Edad Media Española. Nos encontramos en el período tal vez de mayor esplendor del monasterio. Es el marco en el que va a surgir la que hoy es la más antigua manifestación escrita de la Lengua Española.

 

Ya en los últimos decenios del siglo XII y los primeros del XIII se produce en San Millán, al  igual que en muchos otros monasterios, una importante labor de copia de los más importantes manuscritos guardados en la biblioteca, especialmente los de vidas de santos, Biblias y textos históricos de todo tipo. Así como se sigue manteniendo la producción propia o los intercambios llevados a cabo con otros monasterios. Al mismo tiempo, se da la curiosa situación de que los centros dependientes del cenobio emilianense (que cada vez contaba con más posesiones) para los que la conservación de códices antiguos no ofrecía especiales alicientes, remitían a San Millán estos para incorporarlos a la Biblioteca central.

 

El nacimiento de la imprenta en el s. XV trajo la incorporación, también de los libros impresos  a la biblioteca emilianense, como ejemplifican los 20 incunables que se conservan a día de hoy en el monasterio de Yuso, si bien tuvo que ser posible consultar muchos más. El más antiguo es el de Bartholomaeus de Sancto Concordio. En general se trata de fondos en los que prima el tema religioso y moral sin bien ya se podía entrever un interés por la cultura científica, histórica y filosófica.

 

La biblioteca del monasterio se situaba en una sala común a la que podían acceder todos los monjes en la cual se guardaban los libros respetando las normas establecidas por la Regla y los usos de la comunidad. Lo normal es que los libros se adquirieran con cargo a los presupuestos de la abadía, si bien tras la reforma de Valladolid lo hacían a cargo del consejo de la casa y finalmente a la Curia General de la Congregación. Como ejemplo cabe señalar los 35.000 reales de vellón que un abad gastó en libros, lo que no hace sino resaltar la importancia de los  libros para esta comunidad.

 

Sí que es cierto que aunque existía esta  biblioteca ‘común’ algunos monjes debido a su cargo (abad, maestro, predicador, etc.) tuvieron sus propias bibliotecas particulares en sus habitaciones que a su muerte pasaban a formar parte de la biblioteca comunitaria.

 

Será en el s. XVIII cuando la Biblioteca alcance todo su esplendor de la mano del P. Petite, quien en 1780 tras ser nombrado abad, manda terminar una sala para destinarla a Biblioteca. Esta es decorada con estilo neoclásico y en ella se instalan dos cuerpos de estanterías así como un armario en la cabecera del mueble que recibirá el nombre de infiernillo en el que se guardarán bajo llave aquellos libros perseguidos por la Inquisición. Es la biblioteca que se conserva hoy en día.

 

 

Las inestabilidades políticas así como las exclaustraciones que tuvieron lugar a principios del s. XIX supusieron un importante devastación para los fondos de la biblioteca ya que se debieron vender libros para atender a las necesidades elementales de los mojes o se extraviaron otros tantos.

 

 

Así desde el año 1835, en el que tuvieron que abandonar el monasterio los monjes benedictinos, hasta el 1878, en el que se instalaron los Agustinos Recoletos, fueron numerosos los saqueos y despojos de que fue víctima el cenobio. Por lo tanto, cuando llegaron los Agustinos, la Biblioteca estaba prácticamente vacía, ya que unos libros se los habían llevado los monjes a sus destinos y otros se habían dejado en depósito a las personas del Valle. Los Agustinos Recoletos, encabezados por P. Enrique Pérez, fueron recobrando muchos libros que habían desaparecido, bien recomprándolos bien recuperándolos de sus temporales depositarios.  Hoy en día la Biblioteca, aunque no está tan completa como antes, posee una verdadera riqueza de libros antiguos.

 

Una primera catalogación que quedó sin concluir fue la llevada a cabo entre los años 1933 y 1936 por estudiantes, entre los que se encontraba el P. Tirso Alesanco, de la carrera eclesiástica en San Millán dirigidos por los profesores de Filosofía y Teología. No será hasta 1994 cuando un acuerdo entre el Parlamento de La Rioja y la comunidad de Agustinos Recoletos permiten la catalogación automatizada de la biblioteca que se finalizaría 5 años después.

 

Posteriormente, alrededor del año 2001 y gracias a la participación de Telefónica una selección de las obras del fondo fue digitalizada. Esta se llevó a cabo bajo la supervisión del mayor de los conocedores del mismo el padre Juan Bautista Olarte que añadió distintas notas a los libros escogidos.

 

 

Fondos

La grandeza de la Biblioteca Emilianense se debe más al mérito de algunas obras que en ella se guardan que al número de volúmenes que contiene y no es sino ejemplo de la cultura y espiritualidad de la propia abadía de San Millán.

 

 

El contenido principal de la biblioteca es de carácter religioso. Así destacan las Biblias en un número de 147 entre las que destacan una edición en griego impresa en 1545 en Basilea u otra en hebreo impresa en Venecia en 1518. Completan este contenido bíblico obras de exégesis entre las que cabe reseñar el Evangeliario de Jerónimo Nadal. Los Santos Padres, tanto orientales (San Cirilo, San Basilio, San Juan Crisóstomo, etc.) como occidentales (San Agustín,  San Gregorio Magno, San Jerónimo, etc.) están todos presentes en los fondos bibliotecarios.

 

Pero es posible encontrar otro tipo de temáticas alejadas de las eminentemente religiosas. Las matemáticas y las ciencias naturales están presentes en un número de 135 obras.

 

Es posible encontrar obras sobre liturgia entre los que destacan el incunable Breviarium benedictinum impreso por Andreas Torresano en Venencia en 1492, así como un buen número de ediciones sobre la historia de la Iglesia como la escrita en 51 tomos por el Padre Flórez y titulada España Sagrada. La pastoral sacramentaria, la oratoria sagrada, el tema hagiográfico, la teología, la filosofía, la mística o el derecho canónico son temas que vienen a completar el grupo de obras pertenecientes a este grupo.

 

Pero es posible encontrar otro tipo de temáticas alejadas de las eminentemente religiosas. Las matemáticas y las ciencias naturales están presentes en un número de 135 obras. Son también sobresalientes las obras de geografía en un número de 78 entre las que destacan una Geographia de Ptolomeo, el Theatrum orbis terrarum de Ortelius o la Cosmographia Blaviana con mapas coloreados a mano. También abundan las obras de medicina teórica y aplicada (16 títulos) ya que todas las abadías benedictinas disponían de botica bien dotada y un boticario. No podían faltar los clásicos griegos y latinos, así como los de otro buen número de materias como la minería, la agricultura, música, arquitectura, numismática o brujería entre otros.